jueves, 7 de junio de 2018

Zombi 3










Si Nueva York bajo el terror de los zombies fue ya un intento de exprimir el éxito de taquilla del Zombi de Romero, ya que en gran parte de Europa se bautizó como Zombi con el montaje de Dario Argento y la música de Goblin, no quedaba sino seguir con la vereda de las secuelas apócrifas del film del creador de La noche de los muertos vivientes. Por ello, en un tardío 1988 llegó a algunas pantallas de cine, y en el 89, a los videoclubes españoles… ¡Zombi 3! El éxito de Nueva York bajo el terror de los zombies había sido espectacular y la veta de pelis como El regreso de los muertos vivientes (Dan O´Bannon) o El día de los muertos(del propio Romero) seguía ofreciendo beneficio.
Y firmada por el mismo director del anterior film: Lucio Fulci. Firmada que no filmada en su totalidad, ya que le echaron un cable Bruno Mattei y Claudio Fragasso, dos “maestros” del cine de explotación mediterránea.
Lucio Fulci es “il maestro” por antonomasia del aficionado a la explotación italiana. Director de obras tan llamativas como personales: Más AlláLa ciudad de los muertos vivientesEl destripador de Nueva York, entre otros clásicos del videoclub de oferta de fin de semana, se forjó una carrera desde la década de los sesenta en todo tipo de géneros, desde la comedia, hasta el poliziesco, pasando por el western. Un hombre que llegó a la dirección porque no le llegaba el sueldo con su labor de guionista y que no estuvo especialmente inclinado hacia el terror, aunque el mercado le empujó al Olimpo del género. Un director que supo darle estilo y diferenciación formal en la mayoría de sus trabajos y que supo elevarse por encima de sus coetáneos. Y que en Zombi 3 no estaba en la mejor de las formas.
Porque Zombi 3 fue un rodaje infernal en Filipinas, una película rodada a seis manos con la precariedad por bandera, el clima más pegajoso y una cirrosis que apartó a Fulci del rodaje. ¡Una aventura al más puro estilo italiano!
Pero, ¿de qué va Zombi 3? En un país por determinar, y en lo que parece una central nuclear y laboratorio biológico, un grupito de científicos de esos que lo gozan jugando a ser Dios y lamentándose después de ello crean el potente Death 1. Un gas que revive a los muertos y que los convierten en devoradores de carne. Un gas que actúa con una rapidez inaudita y que, ¡oh!, es robado por un grupo de ecoterroristas de esos que agarran el maletín con el gas y echan a correr por la selva como alma que lleva el diablo. Uno de esos terroristas de intenciones jamás explicadas recala en un hotel de media estrella donde empieza a infectar los pobres empleados y convertirlos en zombis contrahechos, purulentos y de capacidades cognitivas diversas según lo exija la escena.
Un grupito de turistas y unos soldados escapados del rodaje de El guerrero americano 2, van a caer a la zona cero y tendrán que escapar no sólo de los zombis sino de unos equipos de limpieza que el inepto general Morton ha enviado para tapar el affair del gas Death 1. Un dislate.
El director Dean Sarafian convertido en héroe de acción, la guapísima Beatrice Ring como damisela en apuro, uno de los famosos hermanos, Ottaviano Dell´Aqua y Massimo Vanni, un habitual de estas producciones, encabezan esta producción con un guion modificado veinte veces y que se cataloga más como una película de acción con notas de gore que como un film de terror al uso. Lo que llamaríamos ahora un survival horror con un esquema propio de videojuegos como Resident Evil. Nuestro equipo de supervivientes se enfrenta a zombis formados por figurantes ajenos a la prevención de riesgos laborales que les atacan con machetes, o con lo que pillan, incluidas cabezas voladoras de que surgen de frigoríficos o partos zombis que luego adaptaría con mayor fortuna Zack Snyder en su Amanecer de los muertos. Amén de acrobacias, tiroteos contra el ejército, escapes en helicóptero y demás troppos del género pero todo con mucho ritmo, con desenfreno y ganas de que todo termine. A lo César lo que es del César y gran parte del mérito de que la película vaya a tres mil por hora y pase de todo se debe al montaje de Mattei y sus añadidos al rodaje: pura adrenalina de guerrilla al servicio del propio mercado italiano. Un mercado con vocación comercial que ya daba sus últimas boqueadas después de unos años de éxito. Franco di Girolamo se encargó del maquillaje y los efectos especiales en un entorno poco saludable y con temperaturas asfixiantes, como señalaría parte del elenco y el equipo. Un rodaje digno de un documental donde Fulci se marchó a Italia porque no podía más, y tuvieron que rodar media hora de metraje con sólo uno de los actores protagonistas. Al final, con oficio, pudieron sacar un producto digno dentro de los cánones del género y que está revestido de un aura de culto que no sé si es justo con el resultado final.

Zombi 3 es esa película que meten en el saco de malas pero divertidas, tal vez llevados por prejuicios o mala conciencia cinéfila. ¿Es mala? No más que otras muchas. ¿Es divertida? Para mí sí, y mucho. Zombi 3, junto con La invasión de los zombis atómicos de Umberto Lenzi, es una de mis pelis de explotación favoritas. Un placer nada culpable (cómo odio esa expresión), que viene bien de tanto en tanto.

jueves, 31 de mayo de 2018

La noche del ejecutor. El Paul Kersey de Paul Naschy








La noche del ejecutor (1992) es la respuesta española al fenómeno Death Wish. Respuesta que llegó dieciocho después de la película original, cuando el cine popular sobre venganzas había languidecido junto con el espíritu comercial de una cinematografía española más preocupada por sumarse al carro de las subvenciones que de mirar por el aspecto popular de sus productos.  La noche del ejecutor es otro vehículo de lucimiento para el elevado al mito Paul Naschy, que aquí firma guion, dirección y es papel protagonista. Un hombre orquesta en horas crepusculares que intentó una vez más conectar con el espectador acostumbrado a la visceralidad de las cintas de Michael Winner. Pero hecho en España. Y cañí.
                Ver La noche del ejecutor y hablar de ella es esquivar la inevitable risa tonta y el chiste fácil. La venganza del doctor Arranz en un Madrid de los tardíos ochenta, enfrentándose a chorizos de una palidez que rivaliza con los zombis de la Dawn of the Dead de Romero/Argento y con un vocabulario digno de Chicha, Tato y Clodoveo, es pasar poco más de hora y media con las cejas levantadas. “¡Vamos a montar un numerito que ni la Cicciolina!”, clama uno de los malos segundos antes de violar y estrangular a la hija del protagonista. Así no se puede uno meter en el drama. Así no.





Paul Naschy interpreta al doctor Arranz. Un prestigioso cirujano que está en un supermercado de barrio comprando lo necesario para la celebración de su cincuenta cumpleaños junto con su mujer y su hija post adolescente. Allí, entre arrumacos y sobrexposición de guion, es vigilado por un pálido malhechor que les ficha y les sigue junto con su pandilla de maleantes hasta su casa. Se masca la tragedia; y ésta se produce. Los delincuentes, no contentos con matar a la madre y a la hija, soltar cuanto comentario chanante posible y despejar una mesa con la pata de un jamón, le cortan la lengua al pobre doctor y lo dejan a su suerte.
                No saben el error que han cometido.





                A partir de ahí el doctor Hugo Arranz se entrena duro en la Casa de Campo, levanta pesas como sólo Jacinto Molina sabía hacer, lanza cuchillos que ni el de Antena 3 de los noventa y se convierte en un pistolero de puntería infalible. Si a esto añadimos una gabardina que esconde un cinturón cargado de cuchillos y un sombrero a lo Roscharch de Watchmen, tenemos al Ejecutor. Una figura más comiquera que su émulo Paul Kersey, más física y más infalible. Como dice Paloma Cela al personaje de Naschy en uno de esos parlamentos tan rompedores de la cuarta pared que provocan una carcajada, “qué buena planta tiene usted, que parece Marlon Brando. Pero no el de ahora, que se ha puesto muy gordo”.
                Pero el Ejecutor no está sólo, se rodea de una confidente como la ya comentada Paloma Cela, una madame que protagoniza las secuencias más cómicas gracias a unos diálogos que quieren ser costumbristas pero se acercan peligrosamente a la comedia bufa, una abogada que cambia de pensamiento cuando la violan, o un policía de pasado franquista, Manolo Zarzo, al que no le tiembla el pulso al tirar de revólver. A esto hay que añadir a las hermanas Valverde: una como villana de risa fácil y gesto sátiro y a la otra como empleada del hogar con sobredosis de inocencia. Ah, y la presentación de Sergio Molina, hijo del autor del film, en el papel de Roque, un niño sentencioso que tiene el final esperado y deseado por el espectador después de verle soltar sus frases con escaso acierto.
                Los villanos, sucios y paliduchos deshechos de esa sociedad española de jeringuilla en los parques y muertos vivientes vestidos con chándal, están reflejados más como remedos de los referentes norteamericanos que como lo que veíamos en las calles de cualquiera de nuestras ciudades. Todos ellos a las órdenes del asmático Cobra, una figura que apenas se nos muestra y que va acompañados de un inhalador y un llavero dorado en forma de serpiente. Un villano tremendamente comiquero que le da un toque más pulp si cabe a la película.





                Jacinto Molina indagó siempre en los posibles gustos del público y siempre volcó en sus películas una intención comercial de lo que él creía que el espectador quería ver. Y aquí dio justo lo que se esperaba de él: violencia, sordidez, tetas, y venganza. La noche del ejecutor cumple su objetivo y no deja lugar al engaño. Es torpe, pero su estructura arquetípica y lineal no aburre. Siempre pasan cosas. Siempre hay una escena de interés, ya sea por su desarrollo de comedia involuntaria, o por los diálogos impostados de los secundarios. Jacinto no. Jacinto no habla. Jacinto expresa su ira y la desata con la mandíbula apretada y los ojos inyectados en sangre. Impávido puede descerrajar un tiro en las tripas de un tipo apodado “Rambo” o atravesar un  ventanal con las manos en los bolsillos e interrumpir el visionado de Death Wish (oh, metacine) a dos de los personajes.
                Por supuesto, la película pasó sin pena ni gloria en el mercado doméstico y se vio relegada a pases de madrugada en las televisiones autonómicas. Frente a otras obras de Naschy más reverenciadas, La noche del ejecutor, quedó como un clon de combate de la saga Death Wish más que una obra autoral, cuando en mi opinión la película goza de una personalidad propia que la hace reivindicable en el subgénero de cine de venganzas. Máxime cuando es uno pocos exponentes puros de este tipo de cine.


martes, 29 de mayo de 2018

Han Solo, una película en un mundo donde no sabemos qué queremos













Hablar de una película de la franquicia Star Wars suele terminar en un jardín en el que la charla va más allá del resultado del visionado y el fango, el fandomita interior y las filias y fobias suelen taponar cualquier análisis medio racional. Facebook y Twitter son fábricas de titulares y de sentencias de pocas frases. Bramidos en el desierto, chillidos en la oreja virtual y juegos de a ver quién es el más listo, el más erudito o el que más sabe. Y de Star Wars todo el mundo sabe. Todo el mundo que sea un fan de verdad, claro.


Pues yo no tengo ni idea de cómo debería funcionar Star Wars en el cine. Pero ni idea. Es más, confieso que no soy cineasta ni experto en marketing, ni sé cómo llevar una franquicia. Esta confesión es verdaderamente fuerte, lo sé. Pero tenía que decirlo. Es más, me rebajo más aún y me abro la camisa para exponer que soy un elemento de la más baja estofa: soy un simple espectador sin voz ni voto.


Habéis flipado, ¿verdad?


Como yo hay muchos millones, aunque no lo parezca. Aunque estén todo el puñetero día diciendo cómo Disney/Marvel/Warner tendrían que llevar sus asuntos. Me gusta que las cosas me gusten. Me gusta ir al cine y salir con la sensación de que he pasado un buen rato. Una locura, ¿no?


Pues con la peli de Han Solo me lo he pasado bien. Dos horas de aventuras espaciales en las que todo parece cuadrar y no hay lugar para el aburrimiento. Han Solo es esa película que te la ves en cualquier momento y siempre entra bien porque sabes que nada chirría. De las que dan paz de espíritu. ¿Es previsible? Como una película de la vida de Jesucristo. Es un de A a B con su protagonista bisoño y algo inocentón que recibe palos vitales y le encaminan hacia la acidez del Han Solo que todos conocimos y amamos. Un Solo Año Cero con todos, pero todos, los ingredientes de un western, género que se amolda como ninguno a ese universo esquinado que es Star Wars sin los jedis, la Fuerza y la épica desmedida. Han Solo es la Espada & Brujería frente a la Alta Fantasía de las trilogías principales. Tiene su asalto al tren, su robo en la mina de oro, su fogata, sus duelos, su partida de cartas, su traición, su compañerismo de forajido… El guion de la familia Kasdan está hecho con escuadra y cartabón, como esas aventuras del juego de rol del dado de cinco que tanto gusto nos dieron en los ochenta y principios de los noventa, cuando SW era una saga en la que el material "canónico" caían con cuentagotas y vivíamos ávidos de nuevo material.


Que esa es otra. A mí que me ofrezcan todo el material posible. Digo que me ofrezcan, no que me metan por el culo. Somos libres de consumir las películas de SW, nadie te pone una pistola en la nuca y te lleva al cine. La saturación no existe cuando hay elección. Nadie está estrujando la gallina de los huevos de oro. Disney/Lucasfilm tiene una franquicia que ha cubierto la compra a George Lucas con creces gracias al apoyo/pasta de los fans. Incluso esos fans que echan espumarajos por la boca y van siete veces a ver el Episodio VIII aunque no les haya gustado. Cuando pasaron más de quince años entre un Episodio y otro nadie dijo: "qué bien, así hemos acumulado ganas. La vamos a disfrutar más". No. Dijeron: "¡Ya era hora! Cambiad SW con practicar sexo con alguien que os ponga mucho. ¿Os apetecería hacerlo cada lustro o cada año? Yo lo dejo ahí.


Vuelvo a la peli. Han Solo está firmada por Ron Howard. Un hombre asociado a la palabra artesano, tildado como un director cumplidor pero que no sorprende. Además, dicho así, como con cierto desprecio. Un director que lleva décadas haciendo películas de todo tipo, que tiene un Oscar pero al que se le recibe con un chasquido de lengua. Howard se puso el mono de trabajo y tuvo que terminar una película de otros en tiempo récord. Regrabar lo más grande y tener lista una película con la fecha de estreno marcada a fuego en el calendario de Lucasfilm. Y con un cambio de director de fotografía, de tono y de algunos actores. Olía a drama y a fracaso en el ambiente. El talifán se relamía ante la idea de un fiasco. Es raro cómo puedes desear que fracase un universo que tanto amas. Es para analizar en otro momento. La información, como digo, era adversa, y las previsiones funestas. Parece que la gente ha ido a ver la película con desgana, apáticos y con la escopeta cargada. La gente somos todos, recuerdo.


Pero veo la película y no me ofende nada (las pelis no ofenden, ni dan miedo las imágenes promocionales o los trailers. Lo que da miedo es la vida real). Está divertida. Y los actores hacen bien su trabajo. ¡Incluso Alden Ehrenreich! Que al pobre le habrán pitado los oídos desde hace meses. ¡Es que no es Harrison Ford! ¡No me jodas! ¿Sí? Cómo hubiera molado twitter en 1971 cuando se pasó del Bond de Connery al de Moore. Madre mía. ¿Y seguro que los directores de casting se habrán dado cuenta de que no es clavado a Ford? Mmmmm, qué sabrá esa gente. Qué sabrá Lucasfilm del negocio. No, ellos no saben nada. Lo sabes el talifán desde el sofá de su casa. Ese sí que sabe a quién escoger.


Y ahora, cuando la película está en las salas (algunas más oscuras que otras), y llevamos menos de una semana desde su estreno, nos damos cuenta de que Han Solo no nació para reventar taquillas y la palabra fracaso económico suena en los mentideros. Yo me quedo con el buen rato, con le previsibilidad de ver en imágenes lo que ya sabíamos, del oficio y de la sensación de ver una película clásica en un mundo donde no sabemos qué coño queremos.

domingo, 29 de abril de 2018

Mad Max, el saxofón de Maurice Jarre y la ballesta molona.







Conocí la tercera parte de Mad Max a través de los anuncios de la tele y del pedazo de cartel promocional de cine. Paseaba con mis padres un fin de semana y vi ese poster flipante, con Tina Turner en plan guerrera y portando una de las cosas que generan más molonidad, una ballesta de mano. Más allá de la cúpula del trueno, leí. Madre mía.
La peli se estrenó, salió en videoclub y yo la perdí de vista. No fue hasta una emisión televisiva cuando pude ponerla a grabar con la sana intención de quemar la cinta a visionados.  Además coincidió que fue grabar la peli y coger un gripazo de esos que hacen que salgas de ellos con un par de centímetros más y dolor de rodillas. Me tiré una semana purgando la fiebre a base de leche con miel, mantitas, muñecos GI Joe y Mad Max 3. La  curación estaba más que garantizada. 
Recordar esta película es ser asaltado por el saxofón de la banda sonora de Maurice Jarre. Tengo esa musiquita metida en la cabeza, acaso todavía la tengo, y estoy seguro de que me haré viejo, olvidaré si llevo calzones o no, pero tendré ese puñetero saxofón tatuado en las meninges.  ¿Y la peli? Me dejó muy descolocado. Donde había un coche brutal V8, aquí teníamos a Max con un convoy de camellos. Pero seguía molando con esa peluca llena de polvo y la secuencia donde chulea a los matones de Negociudad o cuando deja su arsenal antes de reunirse con la Turner.  Una Turner que estaba en la cresta de la ola y cuyas canciones de las películas ponían en todos lados. ¡We don´t need another hero, tututún! La peli me flipó a tope, llegando a niveles de olvidarme de la fiebre en la escena de la cúpula, con esa pelea salvaje contra Golpeador, el silbato y la motosierra que se queda son gasolina.
A partir de ahí sentí una bajona increíble. Años después descubrí que el rodaje y el montaje de la peli fue un sindiós, y que la trama de los niños perdidos y lo que ocurre posteriormente fue un apaño por movidas entre Miller y la Warner. Tendría que investigarlo pero la peli se convierte en una copia edulcorada del climax de la segunda que sólo se salvaba por el ensalzamiento de la mitología de Max, al igual que pasaba en la segunda parte.

La vi un puñado de veces en esa semana. En aquella edad uno se puede permitir el lujo de ver una película una y otra vez, como desafiando la primera sensación. Tal vez no sea mi peli favorita de la serie, pero le tengo un cariño tremendo a la primera media hora. Ah, y al saxofón de Maurice Jarre.

martes, 24 de abril de 2018

Mad Max 2, el bosque de eucaliptos y la tele que se veía mal.




Pasar las vacaciones de verano en un camping está en el pódium de lo mejor que te puede pasar cuando tienes diez u once años. Días a manta con una bicicleta, playa, latas de albóndigas, frigopiés, tebeos del Capitán América de Mike Zeck… Os podéis imaginar el plan. Ese año tocó recorrer mil kilómetros, en un viaje nocturno con un cassette de italodance como banda sonora, hasta un camping en Marbella.  Y en esa primera quincena de agosto, bajo un bosquecillo de eucaliptos y en una tele con las antenas sujetas con una goma, vi Mad Max 2.
Todavía me duraba el disgusto y la atracción de la primera parte, y estaba loco por ver la segunda parte después de alucinar con un par de anuncios televisivos donde pude ver al loco Max más zarrapastroso que nunca, al malo de Viernes 13 (o eso pensaba yo) y un niño que lanzaba bumerangs. Recuerdo que ese detalle, el del bumerang, me llamó muchísimo la atención porque acababa de leer los tebeos de Hulk donde el coloso esmeralda se enfrentaba al malvado homónimo. Vamos, que estaba que no dormía.
La vi en una tele pequeña y con más niebla que otra cosa. Los detalles que se me escapaban los rellenaba yo con altos niveles de flipamiento. Me encantó. Más que la primera. Era como alguna peli que había visto en el vídeo comunitario pero mejor, mucho mejor. Había malos que daba más miedo que el de la primera parte, había una persecución que no acababa nunca, había una mega explosión y un héroe acompañado de un perro. ¡Y qué héroe! ¡Si parecía peor que los villanos! Se negaba a ayudar y sólo lo hacía a cambio de algo. ¡Imposible! Pero molaba tanto que me gustó más si cabe.
Recreé la persecución con mis coches de juguete y gasté varios blocs dibujando Max con poses molonas donde la escopeta de cañones recortados eran más protagonistas que el propio Mel Gibson. Siempre con Hummungus de fondo: superpetado y con la máscara de hockey. ¡Vaya verano!

Obviamente, quería ver la tercera parte. Necesitaba verla.

domingo, 22 de abril de 2018

Mad Max, la fiesta del cumpleaños y el Spiderman de Secret Wars







Si estás leyendo este post con intención de encontrar una crítica sobre Mad Max voy a decepcionarte. Porque este post va de nostalgia, ¡oh! De ese palabra que parece sentar mal en algunos círculos, que está relacionada la sensación de que lo mejor ya pasó, que no hay futuro, como en las pelis de George Miller. Y no. La nostalgia es algo inherente al paso del tiempo, señal de que  pasaron cosas buenas, cosas que merecen ser recordadas.  Total, que me apetece charlar un poco de la serie de Mad Max y de cómo las vi por primera vez.

Estaba en cuarto de EGB, tendría 9 años y llegaba del cumpleaños de mi amigo Alfredo. Los cumpleaños de Alfredo molaban un montón porque vivía en un octavo y ya sólo correr escaleras abajo hasta la plaza rodeada de edificios ya molaba un montón. Lo que molaba era tirar globos llenos de agua desde su ventana, pero eso es otra historia para otro momento. Salíamos todos a jugar al escondite durante horas, o a V, o a deslizarnos por las rampas de los parking subterráneos. Horas de gritos y de flipamiento con el Equipo A, siempre me tocaba Murdock, o Los Masters del Universo. Pero había una cosa que me rondaba ese día: la emisión de una peli en el programa Viernes Cine de la primera cadena. Mad Max o Los salvajes de la carretera. Estaba loco por verla después de leer un artículo en la revista TP, que era más o menos la biblia semanal de aquellos años. Venía con algunas fotos impactantes y hablaba de un hecho alucinante: la muerte de unos de los especialistas durante el rodaje de una persecución. Me dejó muy preocupado ese tema porque había descubierto hacía poco que el cine era engaño y mentira. Incluso le pregunté a mis padres, que leyeron la revista y me dijeron que si lo ponía ahí sería verdad. Palabra de TP.

Llegó la noche y les pedí a mis padres que me dejaran quedarme en el sofá a ver la peli. Estaba con mi pijama de entretiempo, las segundas gafas de mi vida y la certeza de que iba a ver algo muy fuerte. Algo demasiado escabroso para un crío de mi edad. E incomprensiblemente me dejaron. Supongo que fue una de esas decisiones inexplicables, esos actos de gracia, una merced.

Y vi la película. Y flipé. Creo que mi padre ya la había visto antes, en el cine, o no, no lo recuerdo bien. Aluciné y me dejó con el cuerpo malo. Al principio, llevado por el morbo, buscaba algún rastro de esa muerte que decía la TP. Luego me di cuenta de que lo fuerte era lo que estaba en la historia, lo chungo que era todo, lo desalmado que era el malo, y lo mal que lo pasa ese Max que se me sonaba de Arma Letal pero más joven. La escena de la caza a la mujer y al hijo del prota me sobrecogió; la de la muerte de Goose, ese compañero tan gracioso de Max, me flipó por la forma de contar el momento: ese rostro congestionado, bocabajo; la venganza y esa sierra que le ofrece al facineroso. Madre mía.  Una locura que me dejó el cuerpo cortado. Mis padres me dijeron que me fuera a la cama pero me negué. Esto lo tenía que ver hasta el final.

Me dejé embrujar por esos salvajes de la carretera mientras sujetaba con fuerza el muñeco de Spiderman que me había dejado mi amigo Alfredo. Un muñeco de la Secret Wars que me molaba tanto que estuve tentado de intercambiarlo por el mío de Lobezno.  Pero esa también es otra historia.

martes, 27 de febrero de 2018

El ego del verdugo






Cuando abrí esta ventana para mostrar algunas de las cosas que me gustan, no me propuse usar este blog para apostolar sobre el mundo literario. Es algo que no creo que sé me dé bien por inconstancia y modestia mal gestionada. Podría haber contenido este rincón en un viaje hacia las profundidades del ego, asunto que podría interesar a quienes gustan de conocer los vericuetos del oficio de escritor, o hacer del blog un muro de las lamentaciones o un escaparate constante. Me da pereza, la verdad. Creo que hay que tener arte para todo, y sobre todo para darle la brasa a la gente.

Pero...

Pero saco nueva novela. La secuela, nada menos, de Coburn; la novela que me ha dado más gusto, más reconocimiento y me ha hecho llegar a más gente. Una novela que continúa las aventuras de mi asesino a sueldo favorito, un personaje que me ha agarrado de las solapas y me grita a un palmo de la cara que no le deje así, que necesita un final, que está muy viejo como para que le dejen colgado. Un tipo que ni me cae bien y al que le deseo lo peor. Y lo peor para él es que yo siga escribiendo su historia.

La misericordia del verdugo es una novela que ha dejado atrás tres borradores y más tiempo de la cuenta en escribirla. Es una obra donde he intentado hacer un más difícil todavía en una historia plagada de difíciles. Violencia, ritmo, diálogo... Molonidad. Tal vez ese sea el concepto que ha pululado más por mi mente mientras trabajaba en ella. ¿Por qué gusta Coburn? Porque mola. Porque hace lo que no es capaz de hacer casi nadie, porque se mete en líos imposibles y siempre tiene un latigazo verbal y una última bala. Coburn es mi Sherlock Holmes y mi James Bond. Pero mucho más cruel e imprevisible. Una mala persona que convierte en carne para perros todo lo que toca. Una máquina que se alimenta de frases rápidas e intensidad. Porque, amigos, todo es muy intenso en las novelas de Coburn. Todo el mundo está a punto de morir de un ataque al corazón, y todas las situaciones pueden terminar en un baño de sangre. Así, durante trescientas páginas. Normal que acabar agotado. Escribir La misericordia del verdugo me dejó reventado y con ganas de escribir cosas bonitas, al menos durante unos minutos.

Y después de todo el jaleo, los tecleos y los paseos buscando inspiración, ya está, la editorial Cuadernos del Laberinto, Carlos y Alicia, han preparado este libro que huele a desierto, a aceite de armas y a bourbon. Aquí verás persecuciones con coches ardiendo, vendettas de los narcos, amistades y traiciones y asesinos que no tienen moral.

Pronto llegará una nueva historia de Coburn. Mi Imperio Contraataca, mi siguiente paso en la novela criminal. Obviamente, estáis invitados.

Información sobre la novela en:

jueves, 15 de febrero de 2018

Godless






Siempre se ha dicho que la pervivencia de un género como el western radica en su capacidad para contener casi cualquier tipo de historia dentro de sus propios arquetipos. Parajes desolados, grandes llanuras, naturaleza salvaje, libertad... Son elementos comunes en lo que llamamos cine del Oeste o pelis de indios y vaqueros. Con sus épocas doradas, sus crepúsculos y reinvenciones, sus caídas al fango y sus producciones europeas, el western siempre está ahí. Es el contenedor de las grandes historias.

Y Godless, o Sindiós para los que gozamos con las filigranas de la lengua española, es el último gran western actual. Una miniserie de siete capítulos producida por Netflix y creada, escrita y dirigida por Scott Frank, nominado al Oscar por su guión de Logan y director de una de las mejores cintas del último Liam Nesson, Caminando entre las tumbas. Godlees es una obra de autor dentro de lo que eso significa en una maquinaria imparable de productos de consumo como es Neflix. Pero es una obra de autor que funciona, que cumple su cometido, y que denota un gran amor por el western.

Sindiós es una historia coral que confluye en un duelo al sol. Es tradición, rodaje sobrio, panorámicas y desarrollo de personajes. Es una aventura de forajidos que se traicionan, el destino de un pueblo minero habitado por mujeres, el final profético de un villano humanizado, la redención de un maleante en una granja habitada por una mujer que no ha conocido más que la desgracia, un gran amor lésbico y un canto a ritmo de country y un sentido de la épica pocas veces visto en la televisión.

El pueblo de LaBelle es el escenario del irremediable enfrentamiento entre el mal y el mal mayor. Una miniserie que se ha llamado "western feminista" y no es más que una representación humana, donde cada personaje tiene aire para hablar y desenvolverse sin clichés de género o ataduras tópicas. Es espectacularidad, paisajes espectaculares, un reparto más que acertado, y casi ocho horas de un buen relato del Oeste.

¡A los indios, que vienen los caballos!

martes, 30 de enero de 2018

Cazafantasmas 2







La primera vez que vi Los Cazafantasmas 2 fue en su estreno en cines, un día uno de enero, con mi madre, después de que yo muchos ruegos y flipado por la posibilidad de ver de nuevo a aquellos héroes que tanto placer cinéfilo me dieron en el vídeo comunitario de mi tío Sergio. Total, que mi madre me llevó a mi primera gran decepción respecto a una película. Tendría unos diez años y salí con la sensación de que nada estaba bien. Ni los chistes me hicieron gracia, ni salían monstruos, ni nada de nada. Salía un bebé, no explotaba nada, la estatua de la libertad no era lo mismo que una chuchería gigante... Sólo Vigo el azote de los Cárpatos, la tristeza de Moldavia molaba un poco, pero muy poco. Un rollo.

Pasé Los Cazafantasmas a ese limbo mental donde mando lo que no me gusta y a otra cosa mariposas. Y después de casi treinta años, la veo de nuevo con mis hijas y el resultado os asombrará. ¡Pues tampoco es tan mala!

A ver, no me he dado un golpe en la cabeza con una piedra de "nostalgita"; es que es lo que es: divertida, referencial consigo mismo hasta la náusea, y con unas ganas de repetir el éxito anterior que se nota tanto que da hasta un poco de pena. Y ojo, que el inventó funcionó porque sacó más de doscientos millones dólares en taquilla a nivel mundial costando "sólo" treinta y siete. De ahí el interés por una tercera parte que nunca llegó.

Los Cazafantasmas 2 repiten el casting y añaden la figura de "Bizcochito" McNicol y el actor Wilhem von Homburg como el malvado Vigo (poniendo la cara solamente, ya que Max von Sidow, que está a todo, le puso la voz), creador de mocos rosas y, como dije, terror de los Cárpatos. Todo igual, todo muy calculado para repetir la fórmula. No anduvieron finos del todo Ramis y Ackroyd en sus papeles de guionistas. Tal vez no quisieran estar allí, o el cheque les pesara en el bolsillo del mono. Otro aspecto que pudo afectar a la frescura del producto es que en el ínterin entre filmes apareció la serie de dibujos animoso que se convirtió en un éxito increíble, lo que tuvo que edulcorar cualquier acidez de los personajes y enfatizar el moquerío y los efectos especiales a troche y moche.

No me arrepiento de haberla visto, la verdad. Al menos me ha servido para recordar ese primero de año del mil novecientos noventa y echar un par de sonrisas. En peores plazas he toreado.



jueves, 18 de enero de 2018

Dagon, la secta del mar.





En el año 2001 se estrenó esta película de la Fantastic Factory con el luctuoso dato de que es la última película del afamado Paco Rabal. Dagon, la secta del mar, fue un intento más de instaurar, al menos de cara a la galería, cierta industria de género en España por parte del productor Julio Fernández y Brian Yuzna. Un proyecto que se quedó en un puñado de filmes de diversa calidad y el regusto de que este invento podría haber sido algo más lucido que lo que fue realmente. Pero como dicen en Conan, esa es otra historia que será contada.

Hablamos de Dagon. "Un pueblo maldito, un culto ancestral, una pesadilla hecha realidad". Con estas palabras nos vendían Dagon; una adaptación más o menos fidedigna del relato de Lovecraft, Una sombra sobre Insmouth, peo ambientado en la costa gallega y con la misma mala suerte que han tenido otras adaptaciones del autor. Yo todavía sueño con una película a la altura del solitario de Providence, pero bueno, lo que hay es lo que hay y tampoco es tan malo. Porque Dagon ha quedado un poco como esa peli donde sale Raquel Meroño o la última de Rabal (fíjate la lástima porque eso de que la última sea una de terror queda muy mal en ciertos círculos, pero lo que hay es lo que hay). Y Dagon es mucho más.

Verla diecisiete años después, lo que ha llovido, podría ser una experiencia de pura serie B, de esas pelis que ve uno con ganas de cachondeo. Pero no, no es nada que eso. Es más, me ha gustado bastante. Más allá del presupuesto ajustado o lo acertado o no de algunas interpretaciones, me encuentro con una adaptación que capta ese terror insondable y misterioso del relato de Lovecraft, que perturba y no termina de explicarse del todo. Todo gracias a la atmósfera y, sobre todo, al enorme trabajo de Macarena Gómez que lo da todo en su papel. No tanto como Ezra Godden que se queda en un clon de combate de Jeffrey Combs.

Hay que darle una oportunidad a Dagon, a la última aproximación de Gordon al universo de Lovecraft en clave de serie B, en su quiero y no puedo divertido que podría haber sido mucho mejor pero se queda en un filme divertido, en algunos aspectos entrañable, y no tan nefasto como se nos ha vendido. Fue un intento de hacer algo de género en un país donde mover algo de este tipo supone amargura y decepción. Al César lo que es del César.

viernes, 12 de enero de 2018

¡Gomia, terror en el mar Egeo!





O más conocida como "Savage Island" o "Antrophofagus" en algunos lares. Miembro de honor del listado británico de "nastie movie", y una de las películas más conocidas de Aristide Massaccesci o Joe D´Amato para los fans.

Gomia es una de esas pelis cubiertas de un halo de "mala pero buena" que la ha hecho sacar la cabeza en mitad del océano de producciones similares en temática y época: películas de consumo y de género italiana que tan queridas son por parte del aficionado, y tan "grandes" maestros nos ha brindado. Gomia es esa película que yo le pondría al que se llama aficionado pero ni ha visto tantas del ramo o las recuerda muy mal. Pero se la pondría a palo seco, sin copazo, sin porro... sin un mísero vasito de agua. A mamar la hora y media de película con las manos alejadas del móvil y atento al argumento. Porque Gomia es una de las de culto; de las de la carátula grabada a fuego y el "hooooooooombre, claro que la he visto". Gomia es la obra cumbre de D´Amato en el cine de explotación italiano gracias al guión efectista de Luigi Montefieri/George Eastman, que aquí se reserva el papel del villano; un efecto basado en golpes de efecto sangrientos que hacen que el filme perdure en la cultura popular más allá de su calidad global.

Gomia cuenta una historia más vista que el tebeo. Un grupo de amigos se dirige a una isla dentro de un viaje de placer por el archipiélago del Egeo. La música ambiental de Marcello Giambini ya se preocupa de recordarnos la ubicación, cosa que no hace la propia película más que el típico publirreportaje de los créditos. Total, que los desafortunados amigos, dos parejitas, una americana que se cuela (Tisa Farrow, hermana de Mia y musa de Nueva York bajo el terror de los zombis, que se retiró después de Gomia) y otra pareja con la chica embarazada. Al llegar a una de las islas se encuentran con un montón de muertos y un asesino caníbal que le irá dando caza uno a uno.

Topicazo.

La película tiene un desarrollo torpe, sucio, se diría naturalista si no fuera porque se ve que es más dejadez que intención. George Eastman lo da todo como ese caníbal deforme que igual grita como un loco en un flashback intensito o gruñe y se congestiona en la famosa secuencia por la que todo el mundo conoce Gomia. Una secuencia que hoy día cerraría festivales y provocaría denuncias por parte de colectivos mil. Ríete de A Serbian Film. Gomia es una experiencia que no puede catalogarse como una bazofia porque la verdadera bazofia, el cine malo de verdad, está muchos escalones por debajo de esto. Es un producto de mil novecientos ochenta, hecho con capital italiano y que buscaba el shock y la pasta con lo mínimo posible. Ahora, yo vería un remake, eso sí. La historia, mejor tratado, hubiera dado para algo mucho mejor y que perduraría en la memoria más allá de su truculencia.

Como apéndice, decir que un par de años después, el mismo D´Amato realizó una secuela con el título de Absurd, que no he tenido el placer de ver.

jueves, 11 de enero de 2018

Masters del Universo








Algunas veces es prácticamente imposible separar la nostalgia o el recuerdo del momento vivido al ver una y otra vez una película. Y eso me pasa con Masters del Universo, la conocida y entrañable versión cinematográfica de los muñequitos de Mattel.

En las Navidades del 89 yo tenía un grave problema con las divisiones de dos cifras y con los deberes que me había mandado para las vacaciones. Los días pasaban y yo me iba dejando ir, cuando no me inventaba los resultados como quien no quiere la cosa. Recuerdo que, después de una bronca de mis padres por este motivo, salimos de paseo y fuimos a parar al videoclub Cordelles para coger la mítica oferta de fin de semana que incluía una de estreno y dos pelis de las "baratitas". Yo estaba como loco por ver Masters del Universo. Pero loco. Me había pedido para Papa Noel el muñequito de Blade, uno de los villanos de la peli, y algunos de mis amigos del cole ya la habían visto. Estaba en clara inferioridad y me empezaba a poner nervioso. Pero claro, después de la bronca, cualquiera era el guapito de cara que pedía una peli de "estreno". Pues sí, amiguitos, la película cayó junto con otra mítica: Una pandilla alucinante.

Cada vez que veo a Dolph Lundgren en Masters del Universo me acuerdo de esas navidades del 89 y del buen rato que pasé sin importarme los chanchullos de la Cannon, quién era el director, los problemas económicos de la cinta, las divisiones con dos cifras o cualquier movida aledaña a la película. Para mí servía totalmente. Me flipó esa música y ese aroma a La Guerra de las Galaxias; los malos que parecían Darth Vader y ese Skeletor que tenía una de las máscaras y uniformes más alucinantes del mundo. Y sí, vi la escena postcrédito; y sí, me encantó el duelo final y la llave musical. ¡Todo era guay!

Ahora, la he vuelto a ver con mis hijas y me sigue gustando. Y a ellas también. Porque el guión funciona y los malos son malos y los buenos hiper buenos; porque es una película que se deja ver casi sin darte cuenta. Da igual que fuera Cannon o de otra productora, eran Los Masters del Universo y se escapa de cualquier análisis adulto y condescendiente.

¡Buen Destino!

domingo, 7 de enero de 2018

El fin de los días








A finales de mil novecientos noventa y nueva existió un síndrome mediático conocido como el efecto 2000. Yo recuerdo poco de esto que no afecte simplemente al cine o a un videoclip de Jennifer López. Me la pelaba un poco, vaya. Pero recuerdo con el tema del efecto 2000 y la posibilidad de irnos al mamadero Hollywood sacó la artillería. ¡Y ahí estaba Arnold Schwarzenegger estuvo allí para arrimar el ascua a su sardinilla con El fin de los días!

Arnold Schwarzenegger llevaba una segunda mitad de los noventa de capa caída. Después de Mentiras Arriesgadas había hecho Eraser, Batman & Robin y Un padre en apuros, y estaba loco por un taquillazo. Parecía haber perdido el favor del público y la mejor forma de volver al éxito era retomar su esencia. Arnold simbolizaba el héroe absoluto para los espectadores, y tocaba enfrentarlo con el Mal Absoluto. ¡Arnold contra el mismísimo Satanás!

Después de tantear a Sam Raimi o Guillermo del Toro, Peter Hyams se llevó el gato al agua por recomendación de James Cameron y porque Marcus Nispel fue despedido por filtraciones de sus "caprichitos bisoños" a la prensa. Hyams, ese director de los llamados artesanos que tanto gozo nos ha dado con películas como Atmósfera Cero, The Relic, Permanezca en Sintonía o 2010 Odisea Dos, firmó la dirección y la fotografía dándole un toque más personal de lo supuesto a la gran vuelta a la acción de Arnold Schwarzenegger. Y la película gana con las filmaciones nocturnas y los encuadres cerrados, más propios del thriller que de la acción fantástica. Es más rollo Seven que Terminator, lo que no termina de cuadrar entre lo expuesto y lo que se pretende hacer. ¡Ah, pero de qué va esto!

Estamos a puntito de entrar en el año 2000 y todas las profecías habidas y por haber deben cumplirse; una de ellas es que un chica de veinte años debe desposarse con el mismo Lucifer antes de que termine el año. La chica, una Robin Tunney que tiene la misma cara de alelada en ésta que en Supernova, ha sido criada en secreto por la secta de Satán y está a punto de caramelo. Pero los libidinosos planes de Satán, que ha tomado el cuerpo de Gabriel Byrne, se verán abortados por Jericó, un antiguo policía de Nueva York traumatizado como el que más y capaz de endiñar frases lapidarias con bastante soltura.

El fin de los días es el último ejercicio de cine puro de Arnol Schwarzenegger. Aquí lo da todo después de que le diera un jamacuco en Batman & Robin. ¡Incluso amaga con llorar! Se tira de helicópteros atados a una cuerda, separa vagones de metro con sus manos desnudas, dispara a sectarios, soporta a un compañero coñón, Kevin Pollack, que ya hiciera buenas migas con Gabriel Byrne en Sospechosos habituales y que incluso repiten frase de la misma película... Arnold quería volver al podium de la taquilla y lo quiso hacer con una historia de moda, con el villano perfecto, el momento idóneo y un presupuesto de cien millones de dólares que se fueron para él y para unos efectos infográficos que pretendían impactar a un espectador navideño y ansioso por ver a su titán favorito dándole lo suyo al Demonio.

Bueno, la película está ahí. No es mala, no es buena, tiene buenas ideas, buenas frases lapidarias, buenas intenciones... pero se queda en tierra de nadie porque ni es un thriller oscuro ni una de acción al uso. Meterle cuatro tiros a Satanás y no generar cachondeo es difícil, y mantener un tono serio dentro de una cosa así, casi imposible. El guión de Andrew W Marlowe bebe de tantas referencias y de tantas fuentes, que no llega a ninguna parte. Usa frases famosas de otras películas de los actores, plagia planos... Es un monstruo divertido y disfrutón. Una peli de videoclub de pura cepa que no cuajó en unas Navidades donde se estrenaba una de Bond. Pero a mí me mola.