martes, 30 de enero de 2018

Cazafantasmas 2







La primera vez que vi Los Cazafantasmas 2 fue en su estreno en cines, un día uno de enero, con mi madre, después de que yo muchos ruegos y flipado por la posibilidad de ver de nuevo a aquellos héroes que tanto placer cinéfilo me dieron en el vídeo comunitario de mi tío Sergio. Total, que mi madre me llevó a mi primera gran decepción respecto a una película. Tendría unos diez años y salí con la sensación de que nada estaba bien. Ni los chistes me hicieron gracia, ni salían monstruos, ni nada de nada. Salía un bebé, no explotaba nada, la estatua de la libertad no era lo mismo que una chuchería gigante... Sólo Vigo el azote de los Cárpatos, la tristeza de Moldavia molaba un poco, pero muy poco. Un rollo.

Pasé Los Cazafantasmas a ese limbo mental donde mando lo que no me gusta y a otra cosa mariposas. Y después de casi treinta años, la veo de nuevo con mis hijas y el resultado os asombrará. ¡Pues tampoco es tan mala!

A ver, no me he dado un golpe en la cabeza con una piedra de "nostalgita"; es que es lo que es: divertida, referencial consigo mismo hasta la náusea, y con unas ganas de repetir el éxito anterior que se nota tanto que da hasta un poco de pena. Y ojo, que el inventó funcionó porque sacó más de doscientos millones dólares en taquilla a nivel mundial costando "sólo" treinta y siete. De ahí el interés por una tercera parte que nunca llegó.

Los Cazafantasmas 2 repiten el casting y añaden la figura de "Bizcochito" McNicol y el actor Wilhem von Homburg como el malvado Vigo (poniendo la cara solamente, ya que Max von Sidow, que está a todo, le puso la voz), creador de mocos rosas y, como dije, terror de los Cárpatos. Todo igual, todo muy calculado para repetir la fórmula. No anduvieron finos del todo Ramis y Ackroyd en sus papeles de guionistas. Tal vez no quisieran estar allí, o el cheque les pesara en el bolsillo del mono. Otro aspecto que pudo afectar a la frescura del producto es que en el ínterin entre filmes apareció la serie de dibujos animoso que se convirtió en un éxito increíble, lo que tuvo que edulcorar cualquier acidez de los personajes y enfatizar el moquerío y los efectos especiales a troche y moche.

No me arrepiento de haberla visto, la verdad. Al menos me ha servido para recordar ese primero de año del mil novecientos noventa y echar un par de sonrisas. En peores plazas he toreado.



jueves, 18 de enero de 2018

Dagon, la secta del mar.





En el año 2001 se estrenó esta película de la Fantastic Factory con el luctuoso dato de que es la última película del afamado Paco Rabal. Dagon, la secta del mar, fue un intento más de instaurar, al menos de cara a la galería, cierta industria de género en España por parte del productor Julio Fernández y Brian Yuzna. Un proyecto que se quedó en un puñado de filmes de diversa calidad y el regusto de que este invento podría haber sido algo más lucido que lo que fue realmente. Pero como dicen en Conan, esa es otra historia que será contada.

Hablamos de Dagon. "Un pueblo maldito, un culto ancestral, una pesadilla hecha realidad". Con estas palabras nos vendían Dagon; una adaptación más o menos fidedigna del relato de Lovecraft, Una sombra sobre Insmouth, peo ambientado en la costa gallega y con la misma mala suerte que han tenido otras adaptaciones del autor. Yo todavía sueño con una película a la altura del solitario de Providence, pero bueno, lo que hay es lo que hay y tampoco es tan malo. Porque Dagon ha quedado un poco como esa peli donde sale Raquel Meroño o la última de Rabal (fíjate la lástima porque eso de que la última sea una de terror queda muy mal en ciertos círculos, pero lo que hay es lo que hay). Y Dagon es mucho más.

Verla diecisiete años después, lo que ha llovido, podría ser una experiencia de pura serie B, de esas pelis que ve uno con ganas de cachondeo. Pero no, no es nada que eso. Es más, me ha gustado bastante. Más allá del presupuesto ajustado o lo acertado o no de algunas interpretaciones, me encuentro con una adaptación que capta ese terror insondable y misterioso del relato de Lovecraft, que perturba y no termina de explicarse del todo. Todo gracias a la atmósfera y, sobre todo, al enorme trabajo de Macarena Gómez que lo da todo en su papel. No tanto como Ezra Godden que se queda en un clon de combate de Jeffrey Combs.

Hay que darle una oportunidad a Dagon, a la última aproximación de Gordon al universo de Lovecraft en clave de serie B, en su quiero y no puedo divertido que podría haber sido mucho mejor pero se queda en un filme divertido, en algunos aspectos entrañable, y no tan nefasto como se nos ha vendido. Fue un intento de hacer algo de género en un país donde mover algo de este tipo supone amargura y decepción. Al César lo que es del César.

viernes, 12 de enero de 2018

¡Gomia, terror en el mar Egeo!





O más conocida como "Savage Island" o "Antrophofagus" en algunos lares. Miembro de honor del listado británico de "nastie movie", y una de las películas más conocidas de Aristide Massaccesci o Joe D´Amato para los fans.

Gomia es una de esas pelis cubiertas de un halo de "mala pero buena" que la ha hecho sacar la cabeza en mitad del océano de producciones similares en temática y época: películas de consumo y de género italiana que tan queridas son por parte del aficionado, y tan "grandes" maestros nos ha brindado. Gomia es esa película que yo le pondría al que se llama aficionado pero ni ha visto tantas del ramo o las recuerda muy mal. Pero se la pondría a palo seco, sin copazo, sin porro... sin un mísero vasito de agua. A mamar la hora y media de película con las manos alejadas del móvil y atento al argumento. Porque Gomia es una de las de culto; de las de la carátula grabada a fuego y el "hooooooooombre, claro que la he visto". Gomia es la obra cumbre de D´Amato en el cine de explotación italiano gracias al guión efectista de Luigi Montefieri/George Eastman, que aquí se reserva el papel del villano; un efecto basado en golpes de efecto sangrientos que hacen que el filme perdure en la cultura popular más allá de su calidad global.

Gomia cuenta una historia más vista que el tebeo. Un grupo de amigos se dirige a una isla dentro de un viaje de placer por el archipiélago del Egeo. La música ambiental de Marcello Giambini ya se preocupa de recordarnos la ubicación, cosa que no hace la propia película más que el típico publirreportaje de los créditos. Total, que los desafortunados amigos, dos parejitas, una americana que se cuela (Tisa Farrow, hermana de Mia y musa de Nueva York bajo el terror de los zombis, que se retiró después de Gomia) y otra pareja con la chica embarazada. Al llegar a una de las islas se encuentran con un montón de muertos y un asesino caníbal que le irá dando caza uno a uno.

Topicazo.

La película tiene un desarrollo torpe, sucio, se diría naturalista si no fuera porque se ve que es más dejadez que intención. George Eastman lo da todo como ese caníbal deforme que igual grita como un loco en un flashback intensito o gruñe y se congestiona en la famosa secuencia por la que todo el mundo conoce Gomia. Una secuencia que hoy día cerraría festivales y provocaría denuncias por parte de colectivos mil. Ríete de A Serbian Film. Gomia es una experiencia que no puede catalogarse como una bazofia porque la verdadera bazofia, el cine malo de verdad, está muchos escalones por debajo de esto. Es un producto de mil novecientos ochenta, hecho con capital italiano y que buscaba el shock y la pasta con lo mínimo posible. Ahora, yo vería un remake, eso sí. La historia, mejor tratado, hubiera dado para algo mucho mejor y que perduraría en la memoria más allá de su truculencia.

Como apéndice, decir que un par de años después, el mismo D´Amato realizó una secuela con el título de Absurd, que no he tenido el placer de ver.

jueves, 11 de enero de 2018

Masters del Universo








Algunas veces es prácticamente imposible separar la nostalgia o el recuerdo del momento vivido al ver una y otra vez una película. Y eso me pasa con Masters del Universo, la conocida y entrañable versión cinematográfica de los muñequitos de Mattel.

En las Navidades del 89 yo tenía un grave problema con las divisiones de dos cifras y con los deberes que me había mandado para las vacaciones. Los días pasaban y yo me iba dejando ir, cuando no me inventaba los resultados como quien no quiere la cosa. Recuerdo que, después de una bronca de mis padres por este motivo, salimos de paseo y fuimos a parar al videoclub Cordelles para coger la mítica oferta de fin de semana que incluía una de estreno y dos pelis de las "baratitas". Yo estaba como loco por ver Masters del Universo. Pero loco. Me había pedido para Papa Noel el muñequito de Blade, uno de los villanos de la peli, y algunos de mis amigos del cole ya la habían visto. Estaba en clara inferioridad y me empezaba a poner nervioso. Pero claro, después de la bronca, cualquiera era el guapito de cara que pedía una peli de "estreno". Pues sí, amiguitos, la película cayó junto con otra mítica: Una pandilla alucinante.

Cada vez que veo a Dolph Lundgren en Masters del Universo me acuerdo de esas navidades del 89 y del buen rato que pasé sin importarme los chanchullos de la Cannon, quién era el director, los problemas económicos de la cinta, las divisiones con dos cifras o cualquier movida aledaña a la película. Para mí servía totalmente. Me flipó esa música y ese aroma a La Guerra de las Galaxias; los malos que parecían Darth Vader y ese Skeletor que tenía una de las máscaras y uniformes más alucinantes del mundo. Y sí, vi la escena postcrédito; y sí, me encantó el duelo final y la llave musical. ¡Todo era guay!

Ahora, la he vuelto a ver con mis hijas y me sigue gustando. Y a ellas también. Porque el guión funciona y los malos son malos y los buenos hiper buenos; porque es una película que se deja ver casi sin darte cuenta. Da igual que fuera Cannon o de otra productora, eran Los Masters del Universo y se escapa de cualquier análisis adulto y condescendiente.

¡Buen Destino!

domingo, 7 de enero de 2018

El fin de los días








A finales de mil novecientos noventa y nueva existió un síndrome mediático conocido como el efecto 2000. Yo recuerdo poco de esto que no afecte simplemente al cine o a un videoclip de Jennifer López. Me la pelaba un poco, vaya. Pero recuerdo con el tema del efecto 2000 y la posibilidad de irnos al mamadero Hollywood sacó la artillería. ¡Y ahí estaba Arnold Schwarzenegger estuvo allí para arrimar el ascua a su sardinilla con El fin de los días!

Arnold Schwarzenegger llevaba una segunda mitad de los noventa de capa caída. Después de Mentiras Arriesgadas había hecho Eraser, Batman & Robin y Un padre en apuros, y estaba loco por un taquillazo. Parecía haber perdido el favor del público y la mejor forma de volver al éxito era retomar su esencia. Arnold simbolizaba el héroe absoluto para los espectadores, y tocaba enfrentarlo con el Mal Absoluto. ¡Arnold contra el mismísimo Satanás!

Después de tantear a Sam Raimi o Guillermo del Toro, Peter Hyams se llevó el gato al agua por recomendación de James Cameron y porque Marcus Nispel fue despedido por filtraciones de sus "caprichitos bisoños" a la prensa. Hyams, ese director de los llamados artesanos que tanto gozo nos ha dado con películas como Atmósfera Cero, The Relic, Permanezca en Sintonía o 2010 Odisea Dos, firmó la dirección y la fotografía dándole un toque más personal de lo supuesto a la gran vuelta a la acción de Arnold Schwarzenegger. Y la película gana con las filmaciones nocturnas y los encuadres cerrados, más propios del thriller que de la acción fantástica. Es más rollo Seven que Terminator, lo que no termina de cuadrar entre lo expuesto y lo que se pretende hacer. ¡Ah, pero de qué va esto!

Estamos a puntito de entrar en el año 2000 y todas las profecías habidas y por haber deben cumplirse; una de ellas es que un chica de veinte años debe desposarse con el mismo Lucifer antes de que termine el año. La chica, una Robin Tunney que tiene la misma cara de alelada en ésta que en Supernova, ha sido criada en secreto por la secta de Satán y está a punto de caramelo. Pero los libidinosos planes de Satán, que ha tomado el cuerpo de Gabriel Byrne, se verán abortados por Jericó, un antiguo policía de Nueva York traumatizado como el que más y capaz de endiñar frases lapidarias con bastante soltura.

El fin de los días es el último ejercicio de cine puro de Arnol Schwarzenegger. Aquí lo da todo después de que le diera un jamacuco en Batman & Robin. ¡Incluso amaga con llorar! Se tira de helicópteros atados a una cuerda, separa vagones de metro con sus manos desnudas, dispara a sectarios, soporta a un compañero coñón, Kevin Pollack, que ya hiciera buenas migas con Gabriel Byrne en Sospechosos habituales y que incluso repiten frase de la misma película... Arnold quería volver al podium de la taquilla y lo quiso hacer con una historia de moda, con el villano perfecto, el momento idóneo y un presupuesto de cien millones de dólares que se fueron para él y para unos efectos infográficos que pretendían impactar a un espectador navideño y ansioso por ver a su titán favorito dándole lo suyo al Demonio.

Bueno, la película está ahí. No es mala, no es buena, tiene buenas ideas, buenas frases lapidarias, buenas intenciones... pero se queda en tierra de nadie porque ni es un thriller oscuro ni una de acción al uso. Meterle cuatro tiros a Satanás y no generar cachondeo es difícil, y mantener un tono serio dentro de una cosa así, casi imposible. El guión de Andrew W Marlowe bebe de tantas referencias y de tantas fuentes, que no llega a ninguna parte. Usa frases famosas de otras películas de los actores, plagia planos... Es un monstruo divertido y disfrutón. Una peli de videoclub de pura cepa que no cuajó en unas Navidades donde se estrenaba una de Bond. Pero a mí me mola.