domingo, 5 de noviembre de 2017

Akira más de veinte años después.








Hay obras que marcan a una generación; tal vez de no forma visible, sino que implanta larvas que luego se desarrollan en otros productos o tendencias. A principios de los noventa llegó una ventolera de oriente a través de las ventanas abiertas de las televisiones autonómicas, sobre todo Cataluña, Galicia y Andalucía. Había una generación criada con los tebeso de Forum y Dr Slump que descubrió lo que llamaban el Manga. Dibujos animados, fotocopias y un ansia devoradora de contenido nipón que rozaba el salvajismo.

Y llegó Akira. Esa película que era lo más; lo puto mejor en animación; la flipada máxima aunque no nos enteráramos del todo. Todo molaba en ella; desde la música extraña, los diseños, la violencia brutal, y ese futuro que sólo habíamos intuido en otros animes o en cosas igual de ininteligibles para nuestra edad como Blade Runner.

Yo vi Akira demasiado pronto, quedé impactado por no la entendía bien. Se me escapaban esos niños/viejos, ¿de dónde venían? ¿Qué era Akira en realidad? Pero flipaba de todas formas. Y las imágenes se quedaron grabadas en mi cerebrito adolescente. A fuego. Más allá de la consciencia. Ahora que veo la película, con treinta y ocho años, me doy cuenta de lo importante que fue para mí la historia de Kaneda y Tetsuo. Una influencia que me ha acompañado en alguna de mis novelas (El hombre Spam bebe más de lo que puedo admitir), en cosas que he imaginado... en demasiadas cosas.

Otomo estrenó en mil novecientos ochenta y ocho una obra que se ha multiplicado en muchas más. Sin Akira no tendríamos Matrix o gran parte del ideario visual del ciberpunk. También sería otro Akira sin Blade Runner, pero eso es la pescadilla que se muerde la cola. Vista ahora, me encuentro con un filme mucho más asequible de lo que recordaba e igualmente impactante. La animación es brutal y digna de las loas que tuvo en su momento; el diseño sigue influyendo a cosas tan actuales como la nueva Ghost in the Shell o cualquier película medio futurista.

Akira es una historia de mutantes, de poder desbocado, de pandilleros, de amor y de poder en una ambientación post tercera guerra mundial en el año 2019. Es onírica y brutal, es poesía y filosofía. Es Japón urbano que mira hacia Occidente y le enseña cómo iba a ser el futuro en el mainstream. Y vista ahora sigue siendo así. Más de veinte años después, sueño de nuevo con Akira. Y vuelvo a flipar.

1 comentario: